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UN ENCUENTRO CONDENADO POR EL TIEMPO

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Mensaje por Charlotte Mar Ene 13, 2015 8:00 pm

Aquel era un bar donde los universos se entrelazan violentamente, un punto donde la neutralidad es absoluta, unas coordenadas que no han sido pensadas ni por Dios, ni por su hijo caído que tanta luz ha dado al Hades.  Desde el instante que él, ya mucho tiempo atrás, cruzó el umbral para encontrarse con el oscuro, casi romántico lugar, supo que aquel sitio sería tan frecuentado por él como por las cuarenta criaturas que circundan por la acera antagónica.  No había equipos demasiado complejos, eran las aspas de unos  tres ventiladores los que refrescan el lugar, no importa si allí en el mundo exterior el sol estuviese a punto de colapsar o si una nueva era polar comenzara a arreciar sus gélidos vientos norteños, allí era perfecto para cada individuo, puesto que cada asiento es butaca de la inmensa obra interminable titulada como “Existencia”;  Sus directores habían sido más que humildes ante la presentación tan poco pintoresca. 
Aquel lugar está rodeado por carteles luminosos que llaman la atención de los superficiales consumidores de la gran nación democrática,  muy pocos son los que se adentran tras la puerta de madera, apenas ornamentada con un ventanal cuadriculado. Ninguna campana anuncia, mucho menos se explica si empujar o tirar, dependerá de cada uno si entrará en ese lugar para atraer o liberar la carga conceptual que estresa y dolores de cabeza, migrañas inmundas, genera.  
Allí dentro la única música existente son las invisibles voces del ambiente, recuerdos residuales de absolutamente todos los clientes que muy complacidos adquirieron el servicio.  ¿Quiénes atienden? Solo meseros sin nombres ¿Quiénes son los dueños? De seguro su malparido diseñador no merece un nombre en este mundo, nadie, ni siquiera los demonios más hábiles están calificados para denominarlo, discriminarlo y recudir así su misticismo con una identidad ultrajada.  Aunque si hay alguien que presenta una tranquila expresión, indiferente con todos los clientes, pero a la vez cálido y con un gran problema de hipertimesia.  ¿Su nombre?  Solo es conocido como “Dylan” , una de las personas corrientes en un sitio que no existe para la mayoría de los que han obtenido el don de la vista. 

Ya había caído la noche, allí fuera el frío es algo desolador. Nadie espera por entrar, apenas y diez mesas han sido ocupadas en todo el día, los clientes desde la mañana no se habían marchado. Sus rostros son poco confiables, parecen merodeadores del bajo mundo, aunque estos agradecen, poseen dinero y cuidan sus modales, sin mencionar que se han quitado el hedor a muerte antes de ingresar.  Todos a diferencia de uno se ven completos, y aquel que se encuentra sutilmente demacrado es el único que ha decidido sentarse en la barra, su rostro al descubierto apunta a las manos del cantinero, quién mueve sus labios sin descansar, una charla enmudecida donde ambos  actores luchan contra sus gestos.  El cliente era un rubio de ojos carmesí, mirada afilada y gélida, labios carcomidos, cubierto todo su pequeño torso con un abrigo de color blanco el cual cae por su espalda junto al invisible brazo derecho. Frente y hacia la derecha hay aproximadamente diez jarras de cervezas vacías, y una medio vacía sobre el lado zurdo, donde su mano es visible, siendo su dorso utilizado como una suerte de almohadilla para su quijada. 
Del otro lado de la barra el cantinero está rodeado de una infinidad de botellas tanto añejas como provenientes de un futuro ya lejano. Sabores que son irreconocibles y que absolutamente nadie pide, envases tan clásicos que de venderlos aquel no debería de conocer siquiera el significado de ‘día laboral’ , cristales, aderezos extravagantes y finalmente un pequeño cesto donde ambos disgustan muy casualmente de un adictivo maní salado. 

“No, no voy a probar el trago.” — 

Musitó seco el rubio teñido, ya por décima vez.  Dylan estaba volando alrededor de su rostro, intentando encontrar el lado más amable de aquel amargado rostro que suspiraba con una falsa pesadez, la situación completamente irracional había emergido cuando el agazapado amputado llegó alrededor de las nueve de la mañana aquel sitio, pidiendo un vaso de agua y cualquier cosa posible para el desayuno, en ese entonces aquel hombre que utiliza lentes de sol  ante su propio eclipse lo invitó, no, más bien lo arrastró de la oreja hasta la barra y le sirvió una gran jarra de rubia malta, si este no la terminaba antes de diez minutos tendría que no solo pagar, sino también ser víctima de un brebaje alcohólico de origen extraño,  de una tonalidad brillante y que no posee referente al ojo humano, su fragancia había despertado los peores recuerdos del quién aparenta una inmadura juventud, las hebras azabaches de aquel  sujeto entorpecieron su visión al reír algo desquiciado; Ambos habían apostado todo lo que el consumiese durante todo el día, la condición era mantenerse sobrio y no dejarse llevar por la tentativa de callar al tabernero, debía rechazar la bebida cueste lo que cueste, lo único que no podía combinar con esta, como pequeño truco, era la cerveza, de una marca específica, amarga como ninguna, añeja como muy pocas en el mundo. 

“¿Cuánto crees que vas a resistir, enano?  ¿Acaso te has olvidado de tu primo lejano, el alce borracho atrapado en aquel árbol? Europa, si mal no recuerdo.” —

Se burló entonces, teniendo la seguridad de que nadie más escucharía aquellas palabras entonces ese hombre, ya pasado los treinta, demostró un gesto repugnante a los ojos del bebedor.  Un resoplido furioso fue suficiente para retomar su infinita paciencia, un largo sorbo de malta rubia fluyó por su garganta, dejó caer su cabeza con gran libertinaje, bebiendo el alcohólico brebaje como si de agua bendita se tratase.  Al acabar, satisfecho por vaciar nuevamente la jarra aquel rubio decidió clavar con decisión su mirada sobre la ajena; Claro está que en su gesto debería de haber una sonrisa, pero aquel hombre había perdido aparentemente la capacidad de hacerlo, o en el mejor de los casos desconoce que existe tal expresión, demasiado repetida,  sobrevalorada en una sociedad donde la imperfección de la pútrida carcasa es primordial; Allí entonces hay dos personas que son absolutamente tan perfectas que arcadas a la madre de la democracia provocan, inspirando a quién sabe qué terrible deidad malparida por la intolerancia, ensordeciendo a los fantasmas del pasado ya distante con las risas del cantinero y el sosiego que siente aquel menudo hombre en aquel santuario, una proyección sobrenatural en el mundo humano. 
Más críticas deben de sobrar,  las deformadas fauces demoníacas de Dylan se difuminan, solo sus encarnizados labios se ven afectados por la curvatura malintencionada.  Su voz poco a poco baja, muestra una inusual confidencialidad, la palma de su diestra se retuerce sobre la barra húmeda,  con su fuerza bestial aplasta algún que otro bocadillo que escapó de su bestial dentadura.  

“¿Has estado fraternizando nuevamente con los humanos, no enano?  Eres muy problemático para ambos lados, sobre todo cuando no modificas los recuerdos. ¿Acaso te olvidaste de que no eres el único que tiene acceso a aquel plano? Y para peor,  más ‘hermanitos’ se están manifestándose abiertamente…” —

Los ojos carmesí de aquel hombre se cerraron mientras una desquiciada expresión nacía cerca de su tímpano diestro. Ciertamente, había sentido una inusual actividad alrededor de la ciudad. Claro quizá desde siempre han existidos los distintos agentes demoníacos, pero sabe él mejor que nadie que hay nombres que jamás deben ignorarse; Ambos, vendedor y cliente conocen las consecuencias de un inminente colapso argumental, por esa misma razón el retirado soldado comenzó a tragarse los pensamientos impulsivos que rodearan histéricos su abstracta proyección mental. Sus palabras también significan que tiene a la abominación nívea vigilada, cualquier ser humano que escapara con sus recuerdos intactos podría quebrar el mito, provocando así la perdida de aquel rubio como cliente, transformándolo en un cobrador anónimo, alguien que ignora por completo la entrada a aquel olvidado bar, donde solo aquellos que actúan por consciencia propia pueden beber y engullir alimentos sin culpa alguna. 
El tabernero paciente se alejó entonces de él,  decidió encender un cigarro viejo con el chasquido de sus dedos,  rápidamente quitó de un poste con la mirada un cartel que prohibía tal vicio, una pitada fuerte que quemó gran parte del cuerpo interminable del demoníaco tabaco.   Entonces aquel hombre levantó las gafas negra que ocultan sus enceguecidas cuentas, estas poseían un color verdoso, demasiado como para ser calificadas como humanas.  La seriedad completa en su faz se dibujó, el humo invisible se transformó en un pesado vector de negras intenciones y aún más oscuras tonalidades, solo unos segundos duró aquella posición, puesto que previno en secreto aquel la llegada de un nuevo cliente, inusual y nocturno que nada en su vida debía hacer, saturado por una neutralidad celestial. 

“No soy tan cruel como para que te endeudes en este mundo, ya suficiente con ser exiliado del infierno.” —

El rubio respondió entonces, piadoso de la condición de uno de los pocos seres demoníacos que han respetado su posición imperfectamente neutral, de la misma forma que también lo había hecho aquella criatura conocida como ‘The songster’ ; Ya que es cierto que de alguna forma había dado una pequeña mano a la humanidad desde el comienzo del milenio ya vivido, no obstante yace bajo sus pezuñas sobrenaturales una cantidad de sacrificios amplia, olvidados en las profundidades inaccesibles del infierno, donde la tenue luz de Lucifer siquiera alcanza superficialmente aquellos recuerdos.  
Midiendo muy injustamente el futuro el tabernero decidió hacer ausencia, desapareciendo en silencio no sin antes dejar una nueva jarra rubia a un lado del supuesto cérvido, lo despojó de los vasos anteriores, también le quitó el maní salado que compartía con aquel,  seguramente este se habrá escondido del otro lado de la barra o incluso debajo de la misma, permitiéndose así devorarse en soledad, innecesariamente egoísta, todo el maní con el que cuenta, suficiente como para abastecer una semana entera.  Por tanto el rubio prefirió no mencionar nada más, observar de reojo la bebida alcohólica para suspirar, encarando un mar de botellas y un gran reloj que muy tímido marca ya las diez.
Los días se irán repitiendo entonces,  así como fueron todas las horas del presente momento.  La lluvia en exterior se había transformado en un suceso inevitable, la luna argéntea fue ahogada por un nubarrón infestado por los alaridos de una ciudad que no conoce descanso, a su alrededor entonces lo único que se escucha son las voces invisibles de los invisibles clientes que en sus propios mundos se han sentado a beber o a cenar, compartiendo una plena amistad.  ¿En qué universo entonces él está? Si mira hacia atrás no quedará nadie, las puertas del local parecen encadenadas,  idealizando el tipo de existencia en la cual él cree, no hay nada alrededor, lo más cercano entonces que conoce es el descanso, la quietud y la inexistencia abrupta de los conflictos generados por los terceros. 

¿Viajar? ¿Perderse entre las brumas del océano lejano? No resultaría tampoco una mala idea…Quizás y cuando solucione los pocos problemas provocados por su distorsionada mano, ahí podría alejarse por unas semanas del sonido redundante de su “querida” América comercial.
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Mensaje por Charlotte Miér Ene 14, 2015 12:49 am

- Es que el día estaba perfecto, yo tampoco pensé que hoy iba a llover también... - O de última habrían comprado un paraguas antes, porque ya era tarde para eso. - Pero vamos, es poco lo que nos falta para llegar a la parada de taxis, ¡lo prometo! Ahí podremos detener uno libre - Sin embargo, su definición de "poco" solía ser ligeramente distinta a la de la mayor cuando de caminar se trata, y su determinación de hallar un auto de amarillo libre les hace tener qué moverse. Acabó no siendo el mejor final del día en el qué seguir la parranda cuando el cielo se pinta de saten obscuro y estrellas... pero, demonios, era SU día libre, y si bien lo explotó, no iba a desaprovechar el momento más prometedor llegando a casa para tirarse en el sofá y ver imagenes de gatos en internet. Quizá sí un concierto de su banda favorita y admirar a su amor platónico... pero no; eso podría ser después.

Más que nada, era la noche que desde hacía tanto hubieron condicionado para que la azabache conociera, al fin, a ese encantador mozo que su compañera tenía por novio ahora. Charlotte casi ponía el grito en el cielo al tener que haberse enterado por las fotos en el instagram de la pelirroja, tan escasas veces recurrido por la inglesa mas que para stalkear los pasos de su amiga (o de algún artista que le gustase) antaño inseparable... en vez de por ella misma, de manera personal. Ni siquiera un mensaje... pero tampoco la podía culpar: La castaña se encontraría tan ocupada con cualquiera de sus dos trabajos que daba lo mismo que lo hiciese Sam, si ella no podría atenderlo como era merecido y, sin contar el hecho extremadamente trascendental de que en definitiva, no era lo mismo textearlo por el celular o por alguna red social a que si lo escuchaba de la boca de la misma chica, en persona como Dios mandaba y con esa complicidad que caracterizaba las reuniones esporádicas de las dos para tardear. El pretexto se torna sagrado, indispensable: chisme, algo que conocieron de mejor manera desde que salieron de la universidad. Si se lo recriminó entonces fue sólo por hacer un poco de teatro, todo con la finalidad de ablandar a su californian girl y que le contara de principio a fin, todo esa misma tarde. En efecto, la joven de mirada granate es de las personas que se regocijan por igual en la felicidad ajena y comparten la adrenalina característica del fangirleo de dos chicas que aún gozan la inocencia (o gran parte de ella) propia de la mocedad.

Le dijo con anticipación que se pusiera sus zapatos más cómodos, pues antes de cerrar con broche de oro al reunirse con el susodicho, como "castigo", Sammy tendría que pasar desde la hora del almuerzo en adelante con ella, para compensar el largo tiempo que no pudieron verse. Comieron en un restaurante que la pelirroja eligió, se pasearon por el centro comercial, visitaron un café que acababa de inaugurar hacía poco (cuya mayor atracción resultaba ser una botarga de Grumpy Cat), vaguearon por la tienda de discos y videojuegos... etc. Ni un nuevo alunizaje podría haber tenido más fotografías para memorar la aventura de las dos jóvenes y, aunque Morgenstein no posee el mismo fanatismo de la fotografía y la fama en la red, no tiene problema en formar parte de la crónica de fin de semana de su compañera. Con el día perfecto, por consiguiente la velada tenía que serlo aún más... no obstante, tuvo que venir el clima a decirles N-o-p-e.

Andar por la calle con más cobertizos en sus locales de pronto no pareció la mejor de las ideas, ya que el panorama de un gran charco a ras de la acera se alzaría, magnánimo y amenazador frente a las dos damiselas. Bueno... Si no pasaba un coche en el momento en que lo cruzaran de largo todo estaría bien, ¿verdad? - ¡No seas miedosa! No va a venir ningún auto, pasemos de una buena... - Otra amiga del antiguo círculo universitario le dijo alguna vez a Charlotte que poseía un don, una facultad nata para convertir los malos presagios en realidad y de invocar las calamidades al sólo nombrarlas, así fuera por decir que no ocurrirían. Al segundo de juntar valor para caminar más, un taxi, si, pero ocupado giró a la esquina cual tiburón al acecho a través de los neones y escaparates. Lo que la pelinegra tenía a lado era la puerta de un... ¿Café? ¿Bar? Se tornaba confuso identificarlo debido a su sencillez en la remodelación y el no poder admirarlo bien por adentro, todo ello en enorme parte gracias al pánico de ser empapada hasta las costuras - Oh no no no no no no nonononono ¡SAM, ENTRA! - Pensó rápido. Antes de ser presas de la sucia marea Char empujó el portón, jalando a su amiga consigo al interior del establecimiento y una vez adentro, cerró la puerta en donde quedó pegada de espaldas, estrechando la mano de la otra adolescente y con los ojos bien cerrados.

A salvo del agua del cenagal y de un resfriado casi seguro... pero, cuando abrió los ojos y observó a su alrededor Charlotte pensó que quizás, y solo quizás, habría sido un poco mejor lo primero que lo que encontraría ahí: el mesón del fin del mundo. No pudo evitar del todo el ligero tic del párpado izquierdo, y para compensarlo y disimular un poco el nerviosismo sonreiría, como saludo de buenas noches ante los numerosos pares de ojos que recaían ante su emplazamiento, atraídos sin duda por el estampido de las chicas y su inoportuna intromisión. El sitio se pasaba de bohemio, pero por nada del mundo soltó mano de la pelirroja. Bien, si ya se habían salvado de la charca asesina lo mejor era salir, ¿No? Apenas giró unos milímetros el picaporte, un gran trueno bramó allá afuera. "Any problem, gurls?" dice el clima.
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