Unaware of a stare from someone

Se trataba tan sólo de una miasma de gente moviéndose como el oleaje y desvaneciéndose como la espuma del mar, a lo largo y ancho de los pasillos siguiendo su curso, bifurcándose, dejando restos de sí desviados a la suerte. Todos ellos tomando destinos diferentes a cada cambio de dirección. Sólo entonces, una figura tan estática no era únicamente ajena al ritmo, sino al tiempo y el contexto. Un intruso, un extraño. Un ente aparte que solo observa con una áspera monotonía, y la paciencia de aquél sujeto se despliega al tronarse los nudillos, uno a uno con los pulgares. Le inquieta menos esperar de pie que sentado en alguna de las bancas.

Detrás de la linea de precaución todo parece demasiado simple, demasiado fácil como para dejarlo ir a las vías del tren hasta que no quede nada más que aplastar. Nada de qué preocuparse. Nada qué lamentar. Aterradoramente fácil. Es entonces que el cansado gris de sus ojos se desvía de la obnubilación hacia su entorno en una búsqueda sutil pero, no encuentra lo que busca, y no hay nada que merezca la pena observarse. Da una enésima hojeada al reloj que cuelga del centro de una cúpula cercana, mas no es la urgencia lo que le apremia... es el hastío. Más molesto que la utilería vieja y polvorienta es encontrarse rodeado de gente y sin embargo, solitario. Para el mismo fin, habría preferido esperar a mitad de la nada.

El aliento se hace visible ante el frío, talla sus párpados cerrados con las yemas de sus dedos y sólo una pequeña vibración en su bolsillo derecho logra sacarlo del pequeño trance: el compacto teléfono desechable cuya pantalla le indica la llamada de quien esperaba ver cara a cara, no escuchar desde un parlante con la excusa de que el tráfico no avanzaba... cómo sea. Quince minutos más no le haría perder los cabales, y su necesidad de información es mucho más fuerte que el cansancio. Sólo un aroma que antes no había notado parecía traerle cierto reposo mental aún en ese efluvio de gente, encontrándose a sí mismo con los ojos cerrados para poder percibirlo mejor ante de que escapara la ilusión, intentando identificarlo. ¿Era amaderado? Casi podría jurar que era...

- ¿Laurel?

Descendió de uno de los vagones a paso lento pero no perezoso. El tiempo no era ni su aliado ni su enemigo en la ocasión. Ambos se encontraban en la suficiente paz y armonía como para no encontrarse en riña. Había llegado con el tiempo exacto para tomar el siguiente tren con una tranquilidad que causaría envidia hasta en la persona con más calma inundada sobre su alma.

Más por dentro, Helel no llevaba el alma sosegada.

Aquella reunión con uno de los subalternos del detective al que había contratado suponía podía darle una actualización de la información que se había logrado conseguir respecto a su caso. Su corazón se sabía latir con una rapidez increíble para ser considerada normal. Sus labios pintados de ocre denotaban el nervio de la mujer de saco blanco; pues era la palidez misma de su rostro la que daba a entender que no estaba tan bien como supondría su andar por los pasillos y andenes de la estación.

El rechinido de la entrada y la salida de los ferrocarriles resultaba ser un distractor, si bien irritable para sus oídos, idóneo para olvidarse al menos unos segundos de lo que pasaba en su cabeza, de las preguntas que le invadían, y de la gente que la rodeaba. Un momento a solas consigo misma para aplacar esa marea interna que azotaba contra sus paredes y le exigía salir corriendo ya fuese a buscar al dicho hombre que la vería o regresará una vez más a su morada.

Suspiro con la esperanza de dar con una excusa para olvidar sus miedos y concentrarse en su misión.

Lo que no pensó fue que, su petición a quién sabe que fuerza, sería escuchada. Proveída de una voz masculina con una pregunta poco clara.

Abrió los ojos con lentitud y giro el rostro con delicadeza. — Pardon? — Separó los labios tan solo a escasos milímetros ante la súbita pregunta, entregada como un presente a su persona en el lugar, y el momento, menos oportuno para aquello. Le costó más tiempo de lo normal entrar en el tema, exhalando con una fuerza tal que antes de emanar palabra alguna se escuchara el ahogar de un jadeo. — Oui. — Curioso le pareció, entonces, cómo aquél hombre de cabellos rebeldes hubiese dado con la nota fondo de su fragancia. Parpadeo al menos dos veces más antes de ladear la cabeza y por fin preguntar: — ¿Cómo? — “Supo que era mi perfume”.

Llevaba más de una hora usándolo.

Entonces la continuidad se detuvo, se disolvió. Los segundos entraron al punto cero y lo demás, era carente de importancia alguna. Alguien pudo oír su disparada (por poco pretenciosa)  obertura. Pero por una vez no pecó de blasonar, y su mínima y genérica sorpresa vino igual que la mirada, mas bien fugaz que el hombre apenas y se molestó en dirigir  a la dama de blanco. Le basta ver de reojo para cerciorarse de la fémina a su lado, mas nunca de sus detalles, en su porte y sus maneras, o porqué alguien de su clase esperaría nada en ese categórico lugar que por completo, era falto de su agrado gracias a la gente. La misma a la que volvió los ojos desinteresado, autómata.

- ¿Cómo lo percibí? - Completaste. O quizás ella quería conocer la manera en que lo intuyó . - ¿O cómo lo supe? En realidad... - Ni siquiera estaba consciente de si en verdad, era laurel o algún otro fondo. ¿Importaba en algo? - No estoy seguro. Pero es lo único que huele bien en este lugar - Terminaría por admitir tras largar el aliento, en un leve aire desdeñoso para cuanto te rodeaba. Típico de él. Típico de los demás.

No se movió. No vio que se hiciera a lado suyo. No suele incomodarle el silencio que sobreviene al final y sin embargo, al ser la persona menos abyecta en el día con la que cruzaría palabra, en vista de que las opciones se habían reducido a quedar de pie para aguardar, trastabilla. Todavía conoce algo cercano a la cordialidad.

- ¿Algún motivo en especial?... Para esperar, digo - El reflejo vació de sus pupilas no cambia de blanco,y su voz aunque clara, resulta distante. Se aclararía así mismo que no fue por descortesía... sino más bien, por hábito. Por costumbre a guardar distancia hasta cuando dejara de ser necesario. ¿Cobardía además, tal vez?