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Mensaje por Charlotte Lun Ene 12, 2015 7:25 pm

Algún día de la semana - 00.35 

¿Era qué? ¿La quinta o sexta vez que lo expulsaban del bar? Mark, el dueño, lo hacía como una mera formalidad, usualmente le llamaba para noches como aquella, en donde grandes grupos de parranderos se reunían en su local y los problemas podían olerse en el aire, literalmente. 

Se habían conocido un par de años antes en un frío día de Otoño. Kadmus paseaba por una de las plazuelas de la ciudad cuando se encontró con un bulto que alguna vez había sido humano tirado en el piso, bajo una de las bancas. Como pudo levantó al borracho y le preguntó dónde vivía, sabiendo por experiencia propia que las temperaturas de la madrugada de Otoño bien podían quitarle uno o dos dedos al pobre diablo. El envase de alcohol con forma humana le murmuró un nombre y lo guió a través de las calles de Memphis hasta un bar en específico que era justamente aquel que le había nombrado al principio. Luego de una breve discusión sobre si era seguro o no dejarle entrar, el chico y él pasaron por el umbral del local para encontrarse con un enojado mesero que de inmediato vociferó palabras e insultos contra el ebrio, quien resultaba ser Mark, su jefe y dueño del local. Mark tenía ciertos problemas con el alcohol (aunque el insistía que se llevaban bien entre ellos) y el mesero era Felipe, su más antiguo y fiel empleado. ¿Has visto/leído Batman? Bueno, Felipe era como el Alfred de Mark, aunque este en vez de ser Batman era más Clayface que otra cosa.

Luego de eso Kadmus asistió algunas veces al local para comer o beber alguna cosa (por lo general gaseosas o té, ya que no gusta del alcohol), y entre vaso y vaso más de alguna vez le tocó terminar con grescas entre borrachos o parranderos pasados de copas y estupefacientes. Así fue que se ganó un nuevo trabajo esporádico, el ser guardia del bar de Mark, quien luego de las peleas solía sacarle del local con un fingido enojo para que sus clientes más adinerados no se escandalizasen por el tipo de guardia personal que tenía el dueño, más allá del cuerpo de guardias que lucía sus uniformes en la entrada (que a juicio de Kad eran más adorno que nada, nunca los había visto ejecutar bien ninguna maniobra de defensa o reducción). 

Como fuera, lo concreto era que por aquella noche no tenía nada más que hacer y no quería irse a dormir, le quedaban aún un par de horas hasta el amanecer y dado que no tenía trabajo estable, siempre podía dormir durante el día y despertar sólo para comer. Caminó un rato por las calles de Memphis recordando los días en que él y su madre salían a recorrer la ciudad de noche, y por supuesto, la noche en que todo cambió. Cuando hizo El Pacto.

Con ese pensamiento en mente se sentó en una pequeña escalinata que servía de entrada a una tienda que estaba cerrada hacia muchas horas. Le gustaba aquella ciudad a pesar de todo, le gustaba verla de noche, como un animal nocturno cazando sus presas, parecía inmóvil pero él sabía que en el momento propicio revelería todo su poder, su fuerza volcada en un sólo movimiento. Sí, aquella ciudad le era querida y odiada a la vez, pero siempre le otorgaba una buena aventura o conversación a cada esquina.
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Mensaje por Charlotte Lun Ene 12, 2015 7:26 pm

"Y un carajo... no tengo ganas de aguantar a este remedo de casanova" En otro bar mas caro.

Sobre la barra, su índice trazaba un círculo perfecto en su suave roce contra el borde de la copa, por el cual podría haber escuchado la fina eufonía de la vibración a no ser, claro, por la música de bar o por el bullicio de ese antro extravagante, presuntuoso de categoría pero carente de estilo propio. Agradecía que al menos no sintonizaban la estación de jazz, en un vano intento de darse más clase. 

Sus orbes, ausentes, se perdían en el acaramelado color del bourbon con hielo en su vaso al parecerle, por supuesto, mucho más interesante que los intentos baratos de seducción del hombre a su lado. Trucos gastados por casi todo varón, caricias sutiles y risas lisonjeras, rematadas con chistes de California. ¿Atractivo? Quizás. Había estado con hombres mucho mejores. Su diestra sostenía la nívea mejilla desde hacía rato, y al darse cuenta de la molestia en su codo al permanecer tanto tiempo sobre el borde de la barra, exhaló. El roce de los labios ajenos en la tersa, pero insensible piel de su cuello terminó de hastiarla. Era el último privilegio que le iba a permitir.  Apuró la copa de un solo trago. - Si tan aburrida estás, ¿Por qué no ir a otro lugar? - Otro suspiro, antecesor del verde escrutinio de su mirada cruzándose con el añil de las cuencas del caballero, mas profunda que en el principio. 

¿No tienes algo más que hacer esta noche, querido? - El fuero interno del mayor debería agradecer que la dama jugara con sus recuerdos, con su psiqué en vez de con su dinero y su cordura directamente, en ese viejo juego de dar amor por lujos que la rubia ya bien se sabía. Hoy no tenía ganas de lidiar con eso. Cuando consideró que era suficiente rompió el contacto visual y una comisura se alzaría con levedad como de costumbre, pues era lo único que disfrutaba de todas esas falacias: el control que podía ejercer sobre el sexo opuesto. - Eso... ve a arropar a tu hija y darle el beso de las buenas noches. Gracias por la copa. - Finalizó, siendo de seda su voz como un último regalo que el mundo no merece. Si el tipo tenía de verdad o no una hija, le importaba tanto como la última procesión del Papa.

Se levantó de su asiento acomodando de un sólo movimiento de su diestra la cabellera. A la entrada descolgó del perchero el abrigo de piel... o mejor dicho, imitación de piel y con el puesto salió del establecimiento, recibiendo la fría brisa en su cara para despabilarse. Tomaría un taxi a unas calles más adelante para caminar un poco, pero sin no tener que soportar toda la velada el fastidio que le provocaba el mundo. Al menos Haydée, con su gesto encantador de frotar su cara contra su tobillo le daba algo cercano a la alegría que antaño, le sobraba. Anduvo por la Monroe Avenue con el cobijo del alumbrado público y las luces de neón de los demás antros, se detuvo en la Madison street que a pesar de más vacía e inerte, fungía como parada de taxis uno tras otro... por lo regular. Pero los que venían no se encontraban libres, encima de ser escasos. Tenía que ser fin de semana, claro. Sólo entonces, al dar la vuelta se percató del muchacho en las escaleras más allá. Unos pasos. Una ojeada para cerciorarse de su lejanía existencial, de la suficiente distracción para no notarla o, en caso contrario -y menos lindo-, atracarla. Bueno, era fornido pero no tenía pinta de matón.

Va a ser algo imposible conseguir un taxi libre aquí, ¿No es así? - Expresó, entre la suave risa de la resignación y para comprobar si el chico no era mas bien un maniquí pensante. Se hallaba segura pues, de haber querido el chico ya la habría sorprendido por la espalda.
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Mensaje por Charlotte Lun Ene 12, 2015 7:42 pm

Y esa noche al parecer proveería una conversación animada.

Unos pocos metros frente a él estaba parada una chica de cabellos rubios y ondulados, baja pero alta a la vez y todo gracias a la magia siempre efectiva de un par de tacones bien empleados. El cuerpo de la fémina estaba enfundado en un abrigo que simulaba ser de cuero, al tiempo que bajo él se insinuaban las formas del cuerpo de la chica. Era bonita, bastante de hecho, aunque algo en su porte le hacía pensar en las tristes princesas de antaño, más como una muñeca de porcelana que como una mujer de carne y hueso. Pero sin duda lo que más le llamó la atención eran sus ojos, aquellos orbes esmeralda que parecían captar todo al rededor de la mujer, moviéndose rápidos y precisos, atentos al mínimo detalle.

No tan atentos, ya que no le habían visto hasta que ella se detuvo y escudriñó a su alrededor.

En buena medida sí, no podrás tomar un taxi aquí a no ser que tengas mucha suerte. Estos por lo general recogen pasajeros unas cuantas calles más arriba- Señaló con el índice la dirección desde la que provenían los vehículos, otro de los barrios bohemios de Memphis en el que generalmente no ocurrían tantas peleas ni habían tantos borrachos como en aquel- Aunque si tienes paciencia es probable que alcances uno a eso de las dos de la mañana.

Estiró las piernas y luego se levantó de su asiento, se sacudió los pantalones con las palmas de las manos y luego comenzó a caminar lentamente hacia la mujer que antes le había hablado. Llevaba las manos en los bolsillos de sus pantalones y miraba directamente a la chica, demostrando con su actitud corporal que no tenía malas intenciones hacia ella, simplemente era mera curiosidad la que le impulsaba a caminar hacia ella. Estaba aburrido y quizás aquella fémina le podría proveer de una buena conversación mientras la acompañaba a esperar el taxi que la arrancaría de los brazos bohemios de la nocturna Memphis para, quizás, llevarla hacia el abrazo del eterno Morpheo.

Nada más llegar a su lado, Kadmus pudo percibir el aroma a tabaco que portaba la joven consigo. Probablemente ella fumase o frecuentase lugares con fumadores dado que aquel aroma no era reciente, al menos no completamente. Encontró sus ojos azules con los de la chica y por un segundo recordó la risa suave que acompañase anteriormente las palabras que ella le dirigiese hacia un momento. Aquella risa había sido cálida y sincera, tan similar pero a la vez tan distinta de los ojos que en ese momento le observaban de vuelta, orbes de jade que parecían a punto de estallar a causa de su lucha interior. Él conocía ojos parecidos, los de Lyanna, su madre, tenían esa extraña mezcla, como si hubiesen pasado por un gran dolor pero aún conservasen alegría en el fondo, o al menos guardasen nostalgia por aquel sentimiento. Sintió una instantánea simpatía por su nueva acompañante, era más que una cara bonita y eso siempre era agradecido en una ciudad como Memphis, llena de caras que sólo tenían aire detrás.

-Mi nombre es Kadmus, joven Cenicienta, y por lo que veo no alcanzaste a llegar al carruaje antes de la medianoche. ¿Te importa si te acompaño a esperar un taxi vacío o prefieres que caminemos un par de calles hasta Forth Avenue para que puedas abordar un vehículo?- Le tendió la mano a forma de saludo- No creo que sea seguro caminar por esta ciudad de noche con esos tacones, al menos no para quien intentase atacarte.
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Mensaje por Charlotte Mar Ene 13, 2015 7:05 pm

- Digamos que me sigue una suerte algo caprichosa - Sus hombros se distendieron al alzarse con ligereza, admitiendo aquello que no podía ser más cierto. Se dio a la tarea de voltearse de lleno al joven, percatándose entonces y con los ojos bien abiertos que el chico sí que hubo comido todas sus frutas y vegetales cuando niño. Ahora que se había levantado podía comprobar que en efecto, no era una estatua sino una torre viviente - ¡Vaya vaya! Muchacho, pero sí que  eres alto. ¿Tu no tienes problemas para pasear  por las noches en la ciudad, verdad? - Comentó de buena gana, enmarcando la roja comisura en un gesto divertido. No le extrañaría más su presencia en ese fría calle a los pies de una tienda, cual manso cancerbero aguardando las estrellas dentro del bazar de sueños: él no tenía nada por qué preocuparse. La razón de que la rubia tomara la libertad de llamarle "muchacho" era simple: Esos zafiros, tan vivaces y llenos de la luz que irradiaba por entero a la fisonomía ajena no iban con un hombre tan maduro. ¿Cuantos años tendría, unos 20? ¿Poco más? Era aquél todo un personaje, con la figura de un coloso salido de una epopeya griega y el gesto de un adolescente que se pone a vagar rebelde por la jungla de asfalto y luces de neón, por que ya no había nadie quien le dijera que la hora de dormir era a las 10. Se le figuró al típico grandulón alegre, el clásico infante super-crecido y todo ello podía verlo en una simple ojeada al reflejo azul en donde se encontraba reflejada, en ese rostro anguloso que reboza humanidad. ¿2 horas? Ni de broma iba a esperar tanto. No sola por supuesto,  ya que de pronto no sintió que fuera tan necesario.

Y dejó de ser tan indispensable así mismo porque, de haberse ido ya se habría perdido de semejante chiste. ¿Ella una cenicienta? En serio, cualquier otra cosa hubiese sido menos imposible que el que ella fuera una dulce y pura princesa que perdió su zapatilla y su carroza; como que Madonna siguiera siendo virgen por ejemplo. Al suponer que el titan bromeaba la francesa observó con fijeza y en silencio hasta el minuto en que él terminó de hablar... y se carcajeó en su cara al no aguantar más, inclinándose ligeramente hacia adelante gracias al ataque de risa. - Cielos, dame un momento ¿si? Es que... AJAJAJA! - De verdad se había propuesto contenerse, mas bastó ponerle los ojos encima de nuevo para otra arcada de gracia absoluta. No obstante, la risueña mujer depositó su diestra en la mano que tan cordialmente le fue ofrecida, antes claro que esta fuera retirada - Disculpa mi descortesía por favor, es solo que, ¿Cuantos años tienes cariño? - Ya había logrado calmarse, sin embargo el humor continuaba danzando mudo en los finos labios de borgoña. La pregunta era porque deseaba saber si hablaba con alguien más grande de como le trataba, con un viajero en el tiempo o con un chico tan cortés que terminaba siendo chapado a la antigua. De esos que ya no quedan. ¿Qué tal si se trataba de un Leopold poco más moderno? - Es un placer Kadmus, au sérieux - Con esto delataba, intencional, su verdadera procedencia sin culpa ni cautela al tiempo de estrechar más su mano como podía. El perfecto acento francés se lo llevaría hasta la sepultura. - Puedes llamarme Julia - Le obsequió una sonrisa honesta por primera vez, suave. La única en meses y la primera del año, creyéndolo merecedor de tal cosa por el buen rato. Claro que podía llamarle Julia, o Sophia, o Margaret o como él deseara, pues su nombre se iba a quedar en el anonimato como siempre. La vieja costumbre de las identidades falsas estaba encarnándose a ella, siendo tan parte de sí que temía, en secreto, que algún día despertara a mitad de la perplejidad únicamente para darse cuenta de que olvidó que se llamaba Clarimond. ¿Qué importancia tenía ya para la mujer de mil máscaras y ninguna cara real a la qué afianzarse? A nada puede aferrarse quien nada posee.

- No había un carruaje que me esperara a las puertas de la fiesta real, ni hada madrina que me condicionara hasta media noche... es por ello que me dio gracia. - Aclaró para evitar tersgiversaciones de su comportamiento, soltando la diestra varonil - Eso y la forma poética que tienes de hablar, extraño para un joven de tu edad. No tengo problema si deseas acompañarme, pero hace años que aprendí a cuidarme sola - O de lo contrario no se encontraría ahí, largando el comienzo de una inesperada charla con ese carismático extraño.  - Siempre puedo usar la aguja del tacón para defenderme, ¿No crees? - Y si, podría ser una táctica útil contra uno o dos... no obstante, la dama tenía un medio mucho más elegante para deshacerse de quien osara molestarla, y sin esfuerzo físico de por medio. - Dime, ¿Sueles esperar sentado aquí a menudo, aguardando a cenicientas de la desgracia al intentar tomar un taxi entrada la madrugada en vez de dormir temprano bajo el cobijo de tu hogar, Kadmus? - Avistó con palabras su curiosidad, a la par que se depositaba a su lado en la intención de comenzar la marcha, sin prisas empero, a una distancia prudente. Las apariencias engañaban, no lo olvidaba. mas tenía sus razones para seguirle el rollo. ¿Y si este desconocido le estaba acompañando a otra calle en la que poder hurtarle otras cosas además de las materialidades que pudiese cargar consigo, entre más tipos como si su altura y aparente fuerza no bastaran? Vamos, no era una doncella indefensa. Por algo sus grandes ojos esmeralda eran tan preciados. ¿Pero si en cambio, él era un demonio disfrazado con la entera jovialidad? Se apostaba el bra que llevaba puesto a que no podría ser peor, ni por asomo, al ser que más odiaba en la existencia. Todo maleante con cara de ángel le era razón de burla frente al inhumano ser que orquestó las cosas para que ella acabara así: vagando con un hombre distinto cada noche.
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